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  • Foto del escritorMontiel de Arnáiz

El pañalómetro


Era cambiar pañales. La clave para ser un buen gobernante no la encontraron ni Rousseau ni Montesquieu, estaba oculta en el vientre de los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero. El macho alfa podemita decidió retornar a vanguardia política con cartel emotivo, puño en alto, coleta en ristre y galgo corredor, tras su retiro voluntario —creemos— para cuidar a sus recién nacidos tras un reparto justo de la baja de paternidad. Se lio gorda con aquel cartel porque, aparte de ese adanismo salvador del que siempre hace gala el líder de Podemos, había algo fálico en el asunto y, ya se sabe, si es fálico no puede ser de izquierdas. El feminismo integrista se revolvió inmediatamente: ¿"VUELVE" Pablo como el macho-man del anuncio de colonia tras combatir en Irán (una ucronía), escapar de las minas de Moria, previa parada en Narnia, para salvar a sus feligreses, feligresas y feligresos de un descalabro electoral? «Tenéis razón», dijo el mesías del 15M, y el cartel fue retirado entre mil disculpas por ofender el pellejo fino de los que ofenden gruesamente.


Durante la baja paternal, Irene Montero apareció en los medios mucho más activa y poderosa, regalando declaraciones e insinuando que la próxima secretaria judicial, digo general, de Podemos sería una mujer. Era una gran noticia, pero mi gozo cayó en un pozo. El nasciturus de la dupla Iglesias-Montero está ya en casilla de salida lo que complicaría la sucesión por capitulaciones. Aunque, en realidad ¿qué más da? ¿Acaso no puede ser una mujer embarazada la lideresa de la nueva izquierda nacional como lo fue Teresa Rodríguez en Andalucía?

Estamos a un mes de que todo siga igual, gubernamentalmente hablando, y el equipo de comunicación de Podemos se gana la soldada con brillantez, concertando una tournée de entrevistas del candidato Iglesias por los medios televisivos y radiofónicos, como si hubiera llegado Will Smith a las Españas a promocionar su papel de genio de la lámpara de Aladdin (a la taza). La cuestión es que Pablo Iglesias es deslenguado, ya lo conocemos, y eso le ha beneficiado y perjudicado por igual en el pasado. Da y recibe estopa a diario como si fuera un pívot de los Bad Boys de Detroit. El amo y señor del populismo adanista ha patinado al mentar la soga en la casa del ahorcado e ir a robar a la cárcel a la vez. ¿Cómo? Acudiendo a las mismas televisiones que lo auparon en aquellas lejanas elecciones europeas a decirle a los periodistas que son fuertes con el débil y débiles con los fuertes (que casualmente no son políticos, según Pablo Manuel). Graso error, que decía el poeta.


Aunque frivolicemos, Iglesias es un calculador estratega. Sabe que el pago de la hipoteca a treinta años de su mansión depende de su resultado en las próximas elecciones y que el voto joven se gana en la franja televisiva que ahora frecuenta diciendo extravagancias. Si algún día llega a ser presidente del gobierno, ya entonces demostrará su gran valía. No en vano ha cambiado pañales a dos manos durante unos pocos meses; algo que no está al alcance de vulgares mortales como somos nosotros.


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